Un chico de 18 años que vive feliz con la familia que le adoptó cuando era un bebé. Su cómodo mundo se pone patas arriba cuando, inesperadamente, su madre biológica expresa su deseo de conocerlo. Con el aliento de sus padres adoptivos, David se embarca en un viaje de descubrimiento que le conduce a una asombrosa verdad sobre su pasado.
Cuando cumple dieciocho años, David Colton debe tomar una decisión. Con la mayoría de edad puede ya contactar, si así lo desea, con su madre biológica. Sus padres, Jimmy y Susan, le animan a que así lo haga pues entienden que tal decisión le hará bien a su hijo y también hará feliz a la mujer que muchos años atrás decidió entregarles a su bebé.
Nueva producción estadounidense de Kendrick Brothers, a cargo de los hermanos Alex Kendrick y Stephen Kendrick, responsables de un buen puñado de películas con valores cristianos que, desde que estrenaron en 2006 Gigantes hacia la victoria, han encontrado una entusiasta acogida entre gran parte del público norteamericano y no sólo entre la comunidad bautista a la que pertenecen. Ahora con un gran bagaje cinematográfico a sus espaldas, que incluye títulos tan estimables como Prueba de fuego o La fuerza del honor, entregan una película cortada por el mismo patrón, es decir, con personajes que han de afrontar una delicada situación familiar.
Quizá la principal novedad de Marca de vida es que se trata de una historia real, como queda patente en los títulos de crédito, que adapta a su vez el documental “I Lived on Parker Avenue”. Resulta bastante ejemplar cómo el protagonista y sus padres afrontan el acercamiento a los padres biológicos, pues en ellos no hay asomo de rencor sino, al contrario, una inusitada comprensión hacia las decisiones ajenas del pasado que llevaron a formar la actual familia Colton. En este sentido, el productor Alex Kendrick, pastor protestante además de cineasta, apuntala la meridiana visión cristiana que insufla de vida el hogar de los protagonistas, en donde cada acontecimiento, por muy incomprensible que sea para ellos, esconde un sentido que solo Dios conoce. Únicamente con ese enfoque pueden entenderse sus caracteres, al igual que unas conversaciones entre padres e hijos que bajo otro prisma serían tremendamente cursis o irreales. Y hay que contar también con esa falta de escrúpulos tan yanqui para hablar de lo divino, para decir “te quiero”, para generar emotividad y también para mostrar sin pudor a un puñado de personas tan buenas y de corazón tan noble que parecen no haber perdido jamás la inocencia.
“SiQuizá la principal novedad de Marca de vida es que se trata de una historia real, como queda patente en los títulos de crédito, que adapta a su vez el documental “I Lived on Parker Avenue”. Resulta bastante ejemplar cómo el protagonista y sus padres afrontan el acercamiento a los padres biológicos, pues en ellos no hay asomo de rencor sino, al contrario, una inusitada comprensión hacia las decisiones ajenas del pasado que llevaron a formar la actual familia Colton. En este sentido, el productor Alex Kendrick, pastor protestante además de cineasta, apuntala la meridiana visión cristiana que insufla de vida el hogar de los protagonistas, en donde cada acontecimiento, por muy incomprensible que sea para ellos, esconde un sentido que solo Dios conoce. Únicamente con ese enfoque pueden entenderse sus caracteres, al igual que unas conversaciones entre padres e hijos que bajo otro prisma serían tremendamente cursis o irreales. Y hay que contar también con esa falta de escrúpulos tan yanqui para hablar de lo divino, para decir “te quiero”, para generar emotividad y también para mostrar sin pudor a un puñado de personas tan buenas y de corazón tan noble que parecen no haber perdido jamás la inocencia.mon Doe has his tongue planted in his cheek as he describes the fictional skills of his advancing agent.”
Ni que decir tiene que Marca de vida rompe una lanza a favor de la adopción, cuando en determinadas circunstancias el futuro puede aparecerse poco menos que insoportable para una futura madre. Dar al hijo en adopción evita otras salidas más “directas”, como el aborto, y además procura la felicidad de otros padres que sí pueden darle un futuro al bebé por llegar. Rodada con sencillez por Kevin Peeples, no estamos ante una producción formalmente llamativa, sino pequeña y modesta, aunque audaz en sus planteamientos. Las interpretaciones son muy correctas, pero quizá destacan Kirk Cameron como el padre, Dawn Long como la madre adoptiva y Justin Sterner como el amigo inseparable y graciosete, contrapunto constante en medio de unas circunstancias complicadas.